Hay que acercarse al #YoSoy132 sin los atributos de la historia, es decir, de los poderes constituidos, de los saberes consuetudinarios; hay que abrazar la inmanencia, el engarce contencioso, la formación de los conceptos, de las estrategias, de las acciones y las instituciones, de los embates y los combates, dentro y fuera de él. Hay que desembarazarse de una vez por toda de esas narrativas históricas, centradas en lo que ocurrió, sometiendo a los caminos abiertos, a las opciones trucadas, que, como todos sabemos, siempre están ahí, reales pero no efectuadas, y más de una vez han sido reactualizadas y convertidas en otros movimientos, en otros acontecimientos. Hay que desmarcarse de todo eso para comprender al #YoSoy132. Porque el #YoSoy132 es un movimiento, sin duda, pero sobre todo un acontecimiento político. Un movimiento que se forma en un acontecimiento; y es este doble carácter del #YoSoy132 lo más intrincado, lo más confuso, lo más difícil de entender.
Esta confusión no es casual. Es inmanente al evento, pero no es ajena a su comprensión y utilización política. ¿Qué hay de peligroso en el acontecimiento? ¿Por qué ese empeño denodado en remitir el #YoSoy132 a los complots político-electorales; a las insurrecciones abortadas; o a las incapacidades militantes? ¿Por qué ese llamado a declinar el análisis, denunciándolo como sondeo en las profundidades; por qué ese recorte del movimiento, que lo limita a las voces de los participantes? ¿Qué hay de peligroso en el acontecimiento para que se le conjure o se le desconozca?