Roberto González Villareal

¿La teoría?, un kit de instrumentos; o el rigor del libertinaje.

Soy de los que piensan que las investigaciones no deben partir de conceptos o acogerse a un marco teórico. Las que inician con definiciones, con lecturas sagradas o modelos preexistentes son, en el mejor de los casos, tareas escolares; en el peor, documentos normativos, diagnósticos por encargo. Si vemos más de cerca, una investigación que parte de una teoría, se reivindica en una tradición, forma parte de una comunidad epistémica o de una internacional, sólo adapta los cánones de la interpretación, es decir, reproduce las instituciones de control discursivo. Si se acepta el modo de problematizar de otros, de los que iniciaron una teoría o formularon un modelo, ¿qué se hace sino reproducirlo? Pero, ¿y lo demás, lo que está fuera, lo que no incorpora, lo que ignora o desvaloriza? No se puede ver, no se considera, no se piensa: está fuera del modelo. ¿Y qué tal si eso fuera lo básico o lo que nos podría dirigir a otros modos de pensar, a otras perspectivas? ¿El modelo, o la teoría, no es uno más de los procedimientos de control discursivo, un procedimiento para producir escasez en los enunciados? Más aún, el modelo es un programa para ordenar el mundo, para ajustar lo real. El Consenso de Washington es un buen ejemplo de ello: en la genealogía del Consenso se pueden encontrar muy bien los textos de von Hayek o von Mises.

Menos que con una verdad trascendente, el modelo –o el marco teórico, lo mismo da- es un instrumento de poder sobre el pensamiento y sobre la acción. Poder del saber y saber del poder, esos son los resultados de aplicación de un modelo a una investigación. Y hay otra cuestión, las aspiraciones del investigador. Si se utiliza un modelo, el reconocimiento se busca entre los practicantes, entre los miembros de una comunidad científica, para ascender en la jerarquía de la investigación, o del SNI. Esto se observa, a veces con descaro, entre los novatos que utilizan los textos de las autoridades del campo. Menos que la verdad, se busca la protección, la pertenencia, el reconocimiento de un grupo.

Digámoslo claro: cuando se parte de un marco teórico, el que habla es el poder, en tres sentidos: marcar los límites de lo enunciable y lo visible –se ve con anteojeras, se piensa con modelos-; prescribir acciones –si lo real es un efecto del modelo, entonces lo real debe ser hecho a imagen y semejanza de la Idea-; buscar pertenencia y reconocimiento en el campo de la investigación.

Sigo preguntando: ¿por qué esa teoría, ese modelo, esos conceptos y no otros? ¿Cómo se valida su pertinencia? ¿Por qué usar esos, cuál es su legitimidad, cuál su intención, cuál su justificación? A menudo, la única respuesta es la autoridad del autor (sic), el prestigio de la obra, la novedad de la teoría. El significante como referente, en un círculo vicioso de la interpretación.